A veces la única forma de mantenerse sano es volverse un poco loco

sábado, 4 de diciembre de 2010

señores pasajeros...

“Buenas noches señores pasajeros, no les vengo a pedir plata, ni a vender nada. Soy drogadicto, hace más de diez años que lucho contra esto, cada día un poco más, tengo un hijo hermoso que me ayuda a hacerlo día a día, pero es difícil. Por eso es que les vengo a pedir que me ayuden, les voy a entregar un papel y una lapicera para que me escriban algunas palabras de aliento”.

Mucha gente me escribió hoy, esto de las palabras sí que es buena idea.

No tengo monedas para el colectivo, voy a tener que patear hasta casa.

Hace frío, esta campera no abriga nada. Ya llego, unas cuadras más y llego.

-¿Dónde metí las llaves? Acá están. - ¿Marta? ¿Dónde estás Marta? Recorro toda la habitación pero no logro encontrarla, que raro, todavía no son las seis.

El teléfono… ¿Dónde lo metí? Vibra vibra, en la campera, ¿Quién me manda a comprar una con tantos bolsillos? – Hola. Carlos ¿Cómo le va? Sí las tengo, no sé todavía no las conté, ¿Cuánto? ¿100 por palabra? Habíamos dicho 150 Carlos. No, no las cosas claras por favor. Ok, a las ocho estoy ahí, sí en el bar de siempre.

Carlos es todo un empresario, lo conocí en un bar hace un año, yo trabajaba de vendedor ambulante, un día entre al bar a vender y ahí estaba él. Habrá visto en mí un buen desenvolvimiento con la gente y me propuso este trabajo.

Generalmente trabajo de seis a ocho horas por día. La idea básicamente consiste en recolectar palabras, mientras más sean mejor. Me paga bien, que se yo, es un trabajo simple. El trabajo duro lo tiene él. Hace años que quiere escribir un libro, pero no tiene alma de escritor. Está encaprichado, consiguió una editorial y todo, pero le cuesta. Yo le dije, honestamente, que sería más fácil contratar a un escritor, pero no, él quiere ser el que le de vida, y bueno yo le doy una mano.

¿Culpable? No, no me siento culpable, hay tantos que mienten arriba del tren y la gente les cree. Yo lo hago por la guita.

-¿Hola? Carlos, dígame. ¿Qué? ¿Pero usted se ha vuelto loco? No puede ser… eso es imposible.

Corrí como nunca antes lo había hecho en mi vida. Subí al tren que se estaba yendo. Observe a la gente, algunos me miraban con mala cara. De repente empezaron a venirse encima mío, balbuceaban, gritaban, pero nada se les entendía. Carlos tenía razón les había quitado las palabras, y ellos sabían que yo era el culpable.

Continuara...

by alegría

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